Caída

Un hilo de sangre abandonaba su cuerpo. Tirado mirando al universo, pudo ver. Pudo ver el mundo en esa nueva dimensión, desde esa nueva perspectiva, pudo verlo como nunca antes lo había visto. Oyó en el silencio algo que nunca había oído y se sintió liviano. La brisa rozó su piel y se sintió realizado. Y como el vapor abandona el agua, el pánico del comienzo desapareció, dejando en su lugar una calma nunca antes percibida. Se sintió etéreo, ingrávido. Y por ese surrealismo que envuelve a la muerte, ese instante se volvió eterno.

Séptimo grado

Me dijo que me lo iba a mostrar. Llegamos a su casa, construida por su propio padre según me contó. Me mostró los diferentes ambientes, uno por uno. La ansiedad crecía a medida que nos acercábamos a su habitación, “su cueva” como le decía. La habitación era simple, no tendría más de diez metros cuadrados, colchón en el piso, un importante desorden general y bollos de papel higiénico, utilizado para sonarse la nariz, por donde uno mire. Abrió un cajón y empezó a sacar sus tesoros, el orgullo le brotaba por los poros. Primero los libros originales de la segunda edición de Dungeons & Dragons, después, un pedazo de tela blanca, a simple vista no era nada reconocible, lo estiró y ahí entendí, era una vieja remera blanca con la bandera cubana en el medio, “traída desde Cuba” me dijo en voz baja, como para que nadie se entere. Y por ultimo, lo que había venido a ver, su objeto mas preciado. Metió la mano hasta el fondo del cajón y casi en cámara lenta lo fue sacando, era un frasco, un frasco de vidrio con tapa metálica a rosca color bronce. Lo levantó, y con piel de gallina en sus brazos me lo puso en las manos. Ahí las vi, anatómicamente intactas, sus amígdalas flotaban en alcohol.